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“Describe tu raíz y descubrirás tu mundo”, suele decir Sergio Baldassini Gazquez, un hombre que en el 2016, a sus 53 años, fue el primer miembro de su familia en viajar a Italia para encontrarse con la tierra que había dejado atrás su bisabuelo, Nicolás, a fines del siglo XIX.
En el fondo, tal vez, Sergio buscaba cerrar el círculo de la historia de Ernesto, su querido abuelo, quien nació en 1897 en Argentina y nunca divisó el suelo de sus ancestros. Necesitaba, como tantos otros bisnietos de inmigrantes, bucear en el pasado para develar ciertos interrogantes. Reconocer para reconocerse.
El abuelo Ernesto le había enseñado a Sergio de oficios y tareas domésticas, a amar y respetar la naturaleza, a ser honrado y generoso, a cultivar una pasión por las herramientas, las invenciones, la creación y el arte en todas sus formas. Su abuelo, de hecho, se había alejado del barrio de Almagro en el que se había instalado su padre, Nicolás, para vivir en el medio de la nada, en un giro inesperado – y no muy bienvenido- para la familia entera. ¿De dónde venía su añoranza por la tierra y el campo? ¿Y por qué se había ido su bisabuelo de Italia en primer lugar?
“Fui en busca de algunas certezas y a encontrar algunas respuestas a mis preguntas. Quería saber el origen, bucear en ese paisaje intentando descifrar por qué una persona se va de su lugar, qué hay tan importante en la `nada misma´ que es lo desconocido, para que alguien decida empezar de nuevo… tan lejos, tan solo…”, reflexiona hoy.
Sergio jamás olvidará las emociones que lo atravesaron mientras sobrevolaba el océano. Por su cabeza emergieron un sinfín de especulaciones surgidas de lo que le había llegado de la época del escape de Italia: “El lugar de donde salió mi bisabuelo, Nicolás, seguro era feo, tal vez hacinado, sin tierra y con pocas posibilidades de acceder a un buen trabajo en una Italia poco industrializada”, se decía, sin imaginar la revelación impactante que aguardaba en su camino.
Los días felices en Santos Lugares y Pilar: “Eran sucesos de la vida real”
Sergio creció en Santos Lugares, al noreste del Gran Buenos Aires. Pasó su infancia y adolescencia en la casa que su abuelo Ernesto había construido a comienzos de los años ´30 en un rincón totalmente despoblado, antes de que naciera su padre, en tiempos en los que aún trabajaba en el ferrocarril y juntaba, a lo largo de las cuarenta cuadras que recorría todas las mañanas, alguna que otra pieza de descarte en los talleres con el objetivo de armar las máquinas que había ideado para lo que luego sería su propia fábrica en los años ´40.
Cuando Sergio aún era muy niño, su abuelo construyó asimismo una casa en las afueras de Pilar, donde el pequeño aprendió a juntar bosta para el abono de las plantas, mover la tierra, sembrar y cosechar, cazar ranas y pescar en el Río Luján.
Para Sergio no había días aburridos. Aparte de compartir el hogar con los abuelos y con sus padres -Héctor y Marisol- y sus dos hermanas, allí también vivían su tío, Negro, y su tía, Malena, junto a sus cuatro hijos. Tuvo una infancia entre primos, en la que jugaba a todo lo imaginable en el gran terreno y sus alrededores.
“Feliz entre hierros, alambres, máquinas, herramientas, tablones, tachos de pintura, la radio del taller sonando a pleno, el ruido de la fábrica, el verde del fondo, el canto de los pájaros, el sonido de los animales, el ruido de los alambres rozando el piso de la entrada de la casa-fábrica, el canto de los vendedores ambulantes… la infaltable pelota para esos torneos con mis primos; la bici por el barrio, juegos con las chicas de la familia, parientes de mi abuelastra (¿primos postizos?) y a veces algún vecino”, rememora Sergio.
Cuando salían de jugar del predio perteneciente al Club Defensores de Santos Lugares, a veces saludaban al escritor Don Ernesto Sábato, a quien veían salir de su casa, que parecía estar sumergida en un bosque. Y ya en su hogar, Sergio se deleitaba con los platos suculentos de María, la mujer con la que se había casado su abuelo tras enviudar, adoptada por todos como abuela propia, y quien también oficiaba como curandera del barrio: tiraba del cuerito, sacaba las verrugas, curaba el mal de ojos y hacía una especie de yeso con huevo y harina que usaba para esguinces, luxaciones o quebraduras.
En la adolescencia, Sergio iba a veces con su primo Dany a bailar al club o ver algún recital. Lo mejor era cuando tocaba Invisible, la banda de Luis Alberto Spinetta. Disfrutaba ver al gran Pomo en la batería.
“El mejor batero que había visto y oído en mi vida, que no sólo acompañaba el ritmo, sino que marcaba todos los detalles con mucha sutileza. Para mí el baterista argentino que más se parecía a un grande como Bill Bruford del grupo británico Yes”.
Mientras los días transcurrían felices entre Santos Lugares y Pilar, el arte apareció en la vida de Sergio. Sin embargo, en el momento cúlmine de su adolescencia, la dictadura y los cambios en la familia desmoronaron su universo conocido. Sus tíos se separaron, sus abuelos (pilares fundamentales) fallecieron y todo cayó como un dominó.
A la dulce infancia perdida, Sergio la reemplazó por el arte sanador. Participó del coro, comenzó a trabajar como profesor de guitarra y formó una de sus primeras bandas de rock: “Fueron tiempos casi surrealistas, entre el teatro, la música, la dictadura, la guerra, los amores y el fútbol: todo mezclado como en botica, pero eran sucesos de la vida real”.
Solo los recuerdos habían quedado de aquellos días encantados en Pilar y Santos Lugares. La vida había pasado y cierto día, Sergio tuvo la necesidad de comprender por qué todo se transforma. Allí estaba ahora, junto a su mujer (que también había ido tras sus raíces) y sus dos hijos, en suelo italiano con lágrimas en los ojos, un llanto que se repitió en varias ocasiones, incluso cuando le contó a su primo Dany que las uñas, las manos y la forma de hablar del muchacho que los había atendido en la pizzería de Arezzo tenían un parecido a él.
Fue entonces que Dany le dijo que había conseguido la documentación que probaba que su bisabuelo no era de allí, sino de Sannaco en Massa-Carrara. El enigma continuaba y Sergio quería saberlo todo. Cuando finalmente divisó la tierra de su ancestro no pudo creer lo que sus ojos veían, postales que tiempo después volcó en un escrito:
Cuando llegamos al pueblo de mi bisabuelo en el norte de Italia (Sannaco, que en realidad es un caserío “literalmente hablando”) a través de un camino serpenteado y arbolado que subía la montaña y nos dejaba ver el pasto verde del terreno (quizás en otros tiempos no se viera tan coqueto y solo haya sido un lugar para sembrar), nos encontramos con un rincón hermoso en un balcón de los Alpes que albergaba apenas unas pocas casas con una calle interna y con los fondos dando a los picos que se veían desde allí. Desde ese rincón continuaba otro camino encerrado entre una espesa arboleda bordeando la ladera frondosa de la montaña que comunicaba con un pequeño pueblo llamado La Quercia.
Y mi abuelo Ernesto, sin haber conocido Italia, había reproducido en Argentina un poco de aquel paisaje pero en nuestra pampa: arboleda, camino serpenteado, campo verde, caserío, un pueblo chico cerca…
Ahí tuve que rever toda mi teoría sobre el por qué venían los italianos o bien por qué es que había venido Nicolás.
¿Mi bisabuelo era un visionario? ¿O quizás sólo era supervivencia? En la Europa de aquellos años y específicamente en Italia, al parecer la vida no era fácil y por lo que sabemos que pasó después con dos guerras mundiales, tampoco sería fácil la vida hasta bien pasada la mitad del siguiente siglo, unos 70 años después de aquella partida.
Vuelvo ahora a la primera pregunta ¿Era un visionario?
Quizás no, o no puedo saberlo, pero sí me deja algunas certezas:
La arboleda, las hermosas montañas y el paisaje no son nada para un ser humano. Son apenas la escenografía de algo hermoso o tenebroso… todo depende de la vida que puedas hacer allí.
Yo fui con la idea de ver de dónde habíamos venido, de encontrar alguna explicación, de entenderlo todo de una vez. Y tuve que pensarlo y repensarlo varias veces…
Entiendo que la vida te da oportunidades siempre, sean muchas o pocas. Y por más bonito que parezca el paisaje o el caserío del lugar donde naciste en este mundo, el destino es lo que cada uno quiere que sea o busque para que sea…
Y siempre dejamos para la posteridad un lugar con su paisaje, sus costumbres y particularidades, dudas, certezas y la sensación de que alguien va a volver allí para hacerse nuevas preguntas…
¿Y qué decir del hijo de mi bisabuelo (mi abuelo)? Reprodujo un paisaje que nunca vio “in situ”, con la salvedad de que quizás haya escuchado algún relato o tal vez lo haya visto en algún dibujo (ambos eran artistas). Pero de ahí a reproducir aquel paisaje europeo en nuestra pampa… ¡Descubrí que Sannaco, Santos Lugares y Pilar eran un solo lugar!
Creo que la esencia tiene que ver con las ideas, la vocación, un lugar y su paisaje. Y que esto se transmite no solo entre contemporáneos sino a través de las generaciones.
Y yo, ¿qué papel juego en esto? Me dediqué al arte, me conmueven las obras artísticas de cualquier índole, amo ese paisaje que vi en nuestra pampa y en Europa. Y estoy seguro, alguien de mis descendientes, algún día buscará nuevos mensajes perdidos en el tiempo y el espacio…
“Al morir mi abuelo la casa de Pilar se fue abandonando poco a poco”, revela Sergio hoy. “Con los primos hicimos alguna visita esporádica y luego allí vivió unos pocos años mi tío Negro, al separarse de su esposa, lo hizo tiempo antes de su muerte. Después la casa cayó en el abandono total hasta desaparecer en pocos años por completo, al punto de transformarse en seguida, todo ese terreno, en un obrador”.
“Y a la muerte de mi padre en 2006 deviene la sucesión de la casa de Santos Lugares, que fue nuestro hogar y se vendió estando en situación prácticamente de abandono siendo apenas una mísera sombra de lo que fue alguna vez (lo único que está reconocible todavía, de pie y activo, es el local de adelante). En esa casa vivían al momento de la venta mi mamá, mi tía y una prima”.
“Con mi experiencia aprendí a ver el pasado con una perspectiva de futuro”, agrega pensativo. “Todo se mueve y se transforma y no por eso deja de tener sentido de dónde venimos, dónde está nuestra esencia, nuestra cultura primera, pero donde también alguien decidió que había que partir para buscar otro destino. Al fin y al cabo, de los lugares no nos queda nada, pero en mi caso fue literal: Sannaco es solo un recuerdo, no tenemos nada allí, solo fantasmas”, concluye.
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Sergio, tocando junto a sus hijos y nietos:
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