El ministro de Economía, Luis Caputo, empieza a acercarse al ojo de la tormenta. Salvo para Javier Milei, que lo ve como un rockstar, para la mayoría de los agentes del mercado financiero, de los empresarios, de los economistas ortodoxos y heterodoxos, de los fondos de Wall Street y hasta del FMI, el programa en marcha no cierra, se aleja de sus objetivos y en lugar de despejar interrogantes, los multiplica y empeora las expectativas. Se ha ido generando un consenso respecto a las inconsistencias del plan, que el ministro no logra despejar.
Los datos de la realidad no convalidan la secuencia que diseñó el Gobierno para ordenar la economía. En primer lugar, respecto al desplome de la inflación. Después de acumular 117 por ciento entre diciembre y mayo, se suponía que el índice de precios debía converger al 2 por ciento mensual para alinearse con la suba del dólar pautada hasta fin de año. Pero lo cierto es que la inflación de junio registró más del doble de ese nivel, en torno al 5 por ciento, y de acá a diciembre difícilmente se mueva del rango del 4 a 5 por ciento mensual, en el mejor de los casos.
«De hecho, en el temprano adelanto de las previsiones presupuestarias dadas a conocer esta semana, el Gobierno proyecta una inflación promedio mensual del 4,2 por ciento entre junio y diciembre, mientras que confirma el ritmo del crawling peg del 2 por ciento mensual, lo que profundizaría el atraso del tipo de cambio real multilateral, que a principios de julio ya es apenas un 4,1 por ciento más alto que el de noviembre de 2023″, puntualiza el último informe de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE).
El ancla cambiaria, por lo tanto, se encuentra comprometida. En lo inmediato, eso se traduce en una ampliación de la brecha entre la cotización del dólar oficial y los financieros -blue, contado con liquidación y MEP- y constituye un factor adicional de inestabilidad para los precios. El círculo vicioso es evidente y va encerrando al ministro de Economía. El bajo nivel de liquidación de exportaciones rurales, así como el aumento de la cobertura de los ahorristas con títulos dólar linked, son manifestaciones de ese proceso.
Sin reservas
La acumulación de reservas en el Banco Central tampoco sucedió como prometía el Gobierno. Milei y Caputo se cansaron de destacar que en el primer semestre el Banco Central compró 17 mil millones de dólares, como si nadie se diera cuenta de que al mismo tiempo postergaba el pago de importaciones por 14 mil millones. En conclusión, ahora que el mercado empieza a cansarse de fingir demencia, salta a la vista que la supuesta robustez en materia de divisas para estabilizar el frente cambiario era exactamente lo contrario: una fuente de debilidad.
«Las reservas internacionales del BCRA se encuentran virtualmente estancadas desde mediados de abril, con el agravante de que desde fines de mayo ha disminuido considerablemente el saldo comprador. Desde la devaluación de diciembre y fines de mayo, el BCRA compró más de 17.200 millones de dólares, pero la tendencia se revirtió en junio y terminó como el primer mes con venta neta de reservas, por 85 millones de dólares», señala el documento de FIDE.
Luego agrega que «la diferencia entre las importaciones pagadas y las registradas en la Aduana fue de 14 mil millones de dólares«, y remarca que «la menor compra de divisas responde en parte al retraso en la liquidación de exportaciones de la cosecha gruesa, pero principalmente al aumento del pago de importaciones». Esta última maniobra encontró un límite por el propio esquema de cancelación de esos compromisos que diseñó el equipo económico, forzado por la realidad de que la economía no puede funcionar con la paralización de las compras de bienes e insumos al exterior, y ahora la sangría de dólares inhibe la acumulación de reservas en el Banco Central.
Santiago Bausili, presidente del BCRA, reconoció la semana pasada que en el trimestre en curso se perderán al menos 3000 millones de dólares.
Sin V
Tampoco hay recuperación en V, como se suponía que debía ocurrir a esta altura de acuerdo a la proyección de Caputo.
En resumen, con la inflación amesetada por arriba del nivel que necesita el Gobierno para que no se atrase más el tipo de cambio, con la suba de la brecha entre el oficial y los financieros, con la presión sobre los precios que eso genera, con expectativas de devaluación crecientes, sin señales del FMI de nuevos desembolsos de divisas más allá de los comprometidos, con la inversión extranjera directa en mínimos históricos -se ubica en el nivel más bajo desde la pandemia-, la estrategia de Caputo hace agua por todos lados.
La afirmación del ministro de que lo peor ya pasó y que la economía se encuentra en franca mejoría no prende en ningún sector. Por el contrario, los indicadores de actividad, inversión, consumo y empleo registran la continuidad de una crisis profunda, que lentamente, pero de modo persistente, le va restando apoyos al Gobierno en la opinión pública.
En ese proceso, el desembarco de Federico Sturzenegger en el gabinete pone a Caputo todavía más contra las cuerdas, ya que se lo visualiza como su eventual reemplazante. Ambos vienen disputando poder desde que eran funcionarios en el gobierno de Mauricio Macri.
La deuda
«En este escenario de escasez de divisas, el país enfrenta un desafiante cronograma de vencimientos de deuda en dólares«, alerta FIDE, apuntando a otra de las grandes incógnitas que Caputo deja sin responder.
«En lo que resta de 2024, el Gobierno afronta vencimientos de bonos soberanos, con el FMI y Bopreal por casi 6 mil millones de dólares», precisa. La cifra crece a 14.410 millones de dólares en 2025, a 15.318 millones en 2026 y a 22.266 millones en 2027, para luego ubicarse en torno a los 20.000 millones los próximos cinco años.
«Si bien un 20 por ciento de los bonos soberanos estaría en manos del sector público, el cronograma de vencimientos no deja de ser sumamente desafiante», remarca FIDE.
Más allá de Caputo, el plan de primarización de la economía y de libre disponibilidad de las divisas para quienes aprovechen los beneficios extraordinarios del nuevo régimen de promoción de inversiones, el RIGI, resulta en sí mismo inconsistente en cuanto a las posibilidades de pagar la deuda, ya que el Banco Central perderá fuentes esenciales de acceso a dólares de manera estructural.