Hermeto Pascoal, el mago albino que hizo música con todo lo que se le cruzó en su camino

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Aunque con imprecisiones lingüísticas, existen eso que los musicológos y los periodistas llamamos los “géneros musicales”: el tango, el bolero, las variantes del folclore de cada lugar del mundo, el jazz, el rock, el blues y el pop con todas sus variantes, etcétera. Y existe algo que nunca sabremos dónde ubicarlo, ni qué nombre ponerle, ni cómo definirlo; algo que se nos ha hecho difícil de contar cada vez que tuvimos esa responsabilidad o cada vez que nos tocó analizarlo. Eso tan extraño, tan especial, tan único, tan diferente es la música de alguien que acaba de abandonar físicamente este mundo y que deja un hueco enorme. Estamos hablando de Hermeto Pascoal.

Hermeto, que murió este sábado a los 89 años, fue un artista inclasificable que ha compartido grabaciones, escenarios y locuras con muchos artistas, que atravesó con la más absoluta comodidad cuando género o estilo le pasara por delante y que siempre salió airoso; desde la maravilla de acompañar a Elis Regina de una manera única en la versión de “Garota de Ipanema” en el festival de Montreaux de 1979, hasta el chiste de hacer participar a un chanchito en su álbum Slave Mass, de 1977. O utilizar un relato futbolístico de Osmar Santos para convertirlo en una melodía. O darse a la tarea de realizar su “Calendario do som” (“Calendario del sonido”) a lo largo de un año, entre el 23 de junio de 1996 y el 23 de junio de 1997.

Una pava, una cacerola o el agua de una pileta (con él dentro) podían ser sus «instrumentos musicales»Instagram @hermetopascoal

Fueron 366 composiciones, imposibles de clasificar como todo lo suyo, que se conocieron en un libro facsimilar bellísimo unos años después y que es a la vez una excentricidad valiosísima en lo sonoro y una pieza de arte plástico. Hace varias décadas, conversando para un reportaje, nos decía que en su modo de componer “todo sucede espontáneamente, casi bruscamente, sin premeditación. No hago una estructura. Inclusive, cuando compongo para orquesta sinfónica voy escribiendo todos los instrumentos simultáneamente. Es como si fuera un sueño que me viene y yo sólo tengo que volcarlo en un papel. Y muchas veces compongo sin ningún instrumento. Las ideas me vienen, no puedo parar. Por ejemplo, en dos meses hice un libro con 100 músicas, 50 chorinhos y 50 valses. En las escuelas se enseña con demasiada lógica, todo calculado. ¿Y dónde queda la creatividad? Hay que dejar que la cabeza funcione”.

Efectivamente, así era luego el resultado. Aparentemente caótico, absurdo, ilógico, impredecible, disparatado. Porque en esa espontaneidad que era plenamente innata cabían un europeísimo piano de gran cola, un acordeón (su sanfona), flautas de todos los orígenes, una guitarra, un saxo, una melódica; o una pavita abollada con un poco de agua a la que podía sacarle melodías y usar simultáneamente como instrumento de percusión. Y nunca resignaba la diversión, lo lúdico; ni se ataba a ninguna corriente definida. “Hay algunas músicas que me interesan, como algunos temas de Telonious Monk, o de Piazzolla, o del tango y del folclore argentino sin importarme de quién son; por ejemplo, toco el tango “Nostalgias” y no sé quién es el autor”, nos decía en aquella misma entrevista.

Este señor albino de larga melena y abundante barba blancas, que gustaba de usar sombreritos y parecía tener siempre marcado un rictus risueño en su boca, había nacido en Lagoa da Canoa, un pueblo del municipio de Araparica el 22 de junio de 1936. De modo que cuando falleció el sábado 13 en Río de Janeiro, había cumplido ya 89 años.

Fue compositor, arreglador para las formaciones más variadas, productor de mil proyectos, multiinstrumentista y un improvisador a prueba de todo. Y aunque se formó en el forró, uno de los géneros musicales de las fiestas campesinas de su tierra, se expandió hacia una amplitud que lo colocó en ese lugar de creador inefable. Vivió en Recife y ya desde adolescente tocó en clubes y participó de distintas agrupaciones. Posó sus huesos en San Pablo, en Río o en los Estados Unidos en distintos momentos de la vida. Fue un enorme acompañante de cantantes y solistas. Y la lista de colegas con los que trabajó, en escenarios o en grabaciones, es infinita. Pero vale la pena citar a alguno a modo de muestra: la menciona Elis, Edu Lobo, César Camargo Mariano, Paquito D’Rivera, Sivuca, Humberto Clayber, Miles Davis (que, como todos, se enloquecio con él), su esposa Aline Morena, Ron Carter, Raúl de Souza, Astor Piazzolla, Airto Moreira y una larga lista de etcéteras.

Creó, condujo o integró diferentes grupos que llevaron su firma: el Sambrasa Trío, el Quinteto Novo, el Brazilian Octopus, Hermeto Pascoal & Grupo, el Conjunto Som 4, Hermeto, Tapajós % Peranzzetta. Fue convocado para participar en innumerable cantidad de festivales, también de lo más diversos estilos. Fue, en simultáneo, un constante vanguardista y un buscador en las más profundas raíces de la música de su país y de muchos otros lugares del planeta. Y por supuesto, sus pasaportes llevaron los sellos de capitales y pueblos de Europa, Asia y toda América.

Grabó alrededor de 3000 temas y muchísimos otros quedaron pendientes de ser divulgados. Y aunque su ámbito “natural” fue siempre el de la música popular, sus obras fueron interpretadas también por orquestas sinfónicas como la de Brooklyn, la de Berlín o la de San Pablo.

Fue un visitante asiduo de nuestro país, por cuya música sentía especial interés. Y aunque nunca fue masivo, si fue absolutamente respetado y tocó en salas grandes y pequeñas, en ámbitos más teatrales y en clubes de música, no sólo de Buenos Aires sino de muchos otros lugares de nuestro país. Aunque posiblemente todos recordaremos, por la curiosidad del hecho, aquella noche de 1987 cuando, a la hora de los bises, salió a la calle para concluir su actuación y terminó rodeado del público y de muchos curiosos en la plaza Libertad. Un botón de muestra. Con un doloroso adiós para este brujo que se suma a los agujeros que nos va dejando el ya alejado siglo XX.

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