Vieja, poné los fideos que estamos todos: Angel Di María asoma su espigado cuerpo por el túnel y sucede uno de los hechos futboleros más conmocionantes de los últimos años. El campeón del mundo, de América y Olímpico, acaso el protagonista de la historia de redención deportiva más grande de todos los tiempos, aparece en la cancha y vuelve a jugar en el futbol argentino después de casi dos décadas. Le tiemblan las piernas, las manos, le late más fuerte el corazón, le vibran todo el cuerpo y todos los sentidos. El estadio Gigante de Arroyito de Rosario Central explota y es testigo único y privilegiado de ese hecho impresionante. ¿Estamos todos? Bueno, quizás falte que algún día Lio Messi nos de el gusto y venga a patear la número cinco para acá.
Pero esa es otra historia. Y otra vereda. Al menos en este artículo teñido de azul y amarillo a rayas verticales se hablará de esa cancha que está considerada, por los propios pero sobre todo por los extraños, una de las más difíciles, bravas, duras, picantes y calientes de todo el país. A nadie le hace gracia jugar allí. Todos van sabiendo que será difícil hasta llevarse un punto. Irse con un empate. Muchas veces se vuelve de ese atolladero con la canasta llena y los bolsillos vacíos. Lo dicen las estadísticas, y los números -no sólo en el fútbol- son indiscutibles.
Pero qué es lo que tiene «El Gigante» que lo hace tan complicado. Probablemente su forma. Su estructura. Esa suerte de «infierno en la tierra» que sienten los visitantes con los hinchas prácticamente gritándoles en la nuca o cayéndoles por la cabeza. Esos «dos pisos», uno arriba de otro, rebalsados de gente que forman una imagen que mete miedo hasta al más pintado. Ese dibujo tan particular, seguro, pero también -y sobre todo- el aliento ensordecedor de una hinchada que partido a partido no deja un centímetro de cemento sin cubrir. Tan grane es la convocatoria de los canallas que la cancha mereció una reciente remodelación y llevó su capacidad a 47.000 personas.
Wikipedia y otros sitios de internet muy populares y muy sabiondos dicen que la cancha queda en «Avenida Génova 640 698, S2000 Rosario, Santa Fe». La gente, el hincha común, el simpatizante que mira cualquier partido aunque no esté jugando su equipo, no tiene idea de esas coordenadas. Para todos es «El Gigante de Arroyito» y está ubicado muy cerca del Río Paraná. Incluso algo se puede pispear desde una zona de las tribuna. Un poco de playa -si, hay playas de río también y son muy bonitas y muy recomendables- y el agua turbia, amarronada, que siempre va para el mismo lado. A veces pasan barcos y sus tripulantes escuchan el batifondo de la hinchada.
#TipCementero por Cementos Avellaneda
Las tribunas populares del Estadio Gigante de Arroyito, construidas totalmente de cemento a fines de la década de 1920, siguen siendo parte de la estructura actual casi un siglo después. Ubicadas detrás de los arcos y en la lateral baja sobre el Río Paraná, estas tribunas conservan su lugar histórico en el estadio, demostrando la solidez y el legado de aquella primera etapa de construcción del club.
CONSTRUYENDO PASION: EL GIGANTE DE ARROYITO DE ROSARIO CENTRAL, LA CASA DE LA VUELTA DE ANGEL DI MARIA
La cancha, originalmente de madera y por supuesto mucho más pequeña que la actual, fue fundada el 14 de noviembre de 1926. Es decir, en un año y 4 meses estará cumpliendo 100 años de vida recibiendo los partidos de Rosario Central. A lo largo de su historia observó distintas modificaciones, pero ninguna tan sustancial y determinante como la que se le hizo para la disputa del Mundial de 1978. Allí Argentina disputó la ronda semifinal -por salir segunda de su grupo en la primera fase- y salió invicta. 2-0 a Polonia en el primer partido, 0-0 con Brasil el segundo y el famoso 6-0 a Perú en el tercero y definitivo que le dio un polémico pase a la final: con el resultado de los cariocas puesto, el seleccionado de Menotti sabía que debía ganar por 4 goles de diferencia. La empresa parecía difícil pero los peruanos se mostraron más débiles que nunca y recibieron 6 anotaciones. Esta vez vestido de celeste y blanco, el Gigante «jugó» una vez más.
Allí se generó una enorme polémica. Una más entre hinchas de Central y los de Newells, los leprosos, el otro equipo de la ciudad, que acusaron a los «Canallas» de haber sido beneficiados por la última dictadura militar (1976-1983) para tener semejante estadio. Irreconciliables por ese y mil motivos más, unos y otros se tiran acusaciones, chicanas, directas e indirectas. Lejos de las peleas, las rencillas y los entreveros, el Gigante está vivo y más lindo que nunca. Recordado viejas glorias como Aldo Pedo Poy, el Negro Omar Arnaldo Palma, el Chacho Coudet, el Patón Bauza, el Matador Kempes, Marco Ruben, Harry Hayes, José Jorge González, Angel Tulio Zoff, Miguelo Russo, y ahora disfrutando el regreso de Angelito Di María. Sabiendo que en sus tribunas estuvieron alentando el Negro Olmedo, Fito Paez, Fontanarrosa, quizás el Che Guevara, el inolvidable Gerardo Rozín, Reynaldo Sietecasse y miles y miles y miles de anónimos que fueron, van y seguirán yendo por el solo hecho de seguir esa pasión tan gigante como el nombre del estadio.