Un recital de punk rock siempre es sinónimo de diversión: canciones cortas y pegadizas, con ritmos inquietantes y alegres. O bien alguna letra profunda y de crítica social, porque el punk nació como una propuesta profundamente contestataria y anti sistema. Sin embargo, con el paso de las décadas, el estilo musical se adaptó a la modernidad, tal como sucedió con Green Day: un poderoso trío que hoy, más de allá de contar con una larga trayectoria, es de los más escuchados, en lo que a su estilo se refiere, a nivel mundial en toda clase de plataformas digitales.
Precisamente fue en la noche del miércoles 3 de septiembre cuando Green Day regresó a la Argentina para demostrar de nuevo su poder de convocatoria -que no solo es virtual- en su quinta visita a Buenos Aires, con un Estadio de Huracán repleto de bote a bote, con la algarabía constante de sus simpatizantes a lo largo y lo ancho de todo el Palacio Ducó, en el barrio de Parque Patricios.
Este trío fue parte de un quiebre importante del punk: además de tratarse de los “renovadores” y quienes se alejaron de lo musicalmente rudimentario, impusieron nuevos modos y look: más allá de conservar el ritmo desde la sonoridad, dejaron atrás las épocas pioneras de los Sex Pistols o los Ramones desde lo estético: fue así como pasaron los tiempos de crestas anti sistema o las cadenas con candados colgadas de los cuellos. A su vez no fue más necesario vestir como Joey Ramone y sus compañeros de banda: corte de pelo taza (con flequillo recto sobre la frente), por nombrar tan solo algunos de ejemplos.
Ahora bien, pese a que algunas secuelas de aquellas aún aparecen minúsculamente en uno que otro antro nocturno, la renovación total llegó de la mano de Green Day, a finales de los ’80 (o más bien, entrados los ’90), a través de la sofisticación y la elegancia: músicos con sus ojos correctamente delineados y tinturas claras combinando con cabellos oscuros, una buena chaqueta Biker, atuendos de riguroso negro, muchos parches sobre las telas, alguna cadenita colgada de un bolsillo y las infaltables muñequeras como usanza fundamental.
Así lucen siempre Billie Joe Armstrong (voz), Mike Dirnt (bajo) y Tré Cool (batería). Por lo menos desde que se transformaron en estrellas mundiales con hits radiales, o bien aportando canciones para películas taquilleras estadounidenses.
A través suyo, el punk dejó de ser tan sólo uno de los varios brazos del rock y de pronto se transformó en parte sustancial del movimiento rockero a nivel global.
La visita del grupo californiano se dio dentro del marco de su gira The Saviors Tour. Y antes de aterrizar en la Argentina, visitaron diversos países de Sudamérica, tales como Perú, Chile y Brasil, entre otros.
La última vez que estuvieron en Buenos Aires fue en 2022 en el Estadio Amalfitani, en Liniers. Y su regreso fue tan glorioso como aquella anterior visita e, incluso, como la primera en 1998, en el Parque Sarmiento, ya siendo números 1 en el planeta entero.
El punk no se murió
El barrio de Parque Patricios se vio convulsionado desde primeras horas de la tarde, con ómnibus y traffics por todos lados, gente que llenó la Plazoleta Pringles o el Parque Ameghino sobre Avenida Caseros.
Sobre la calle Colonia, los puestos de hamburguesas se multiplicaban por doquier, además de personas que vendían latas de cervezas con disimulo.
La organización fue excelente: los fueron ingresos de manera fluida y diversos accesos al estadio, con la ayuda del personal presente ante cualquier mínima duda.
A las 18.30 horas, los locales de 2 Minutos se encargaron de energizar a la mitad del campo, que de a poco se iba llenando. Claro que sus himnos como Piñas van, piñas vienen o Ya no sos igual fueron infaltables y súper festejados. Con doce canciones cumplieron y se metieron al público presente en el bolsillo: todos quedaron conformes.
Detrás suyo llegaron los Bad Nerves, una las mejores bandas de rock de Inglaterra en la actualidad, que luego de su aceitada performance como telonera, repetirá concierto el próximo sábado 7 en El Teatrito, sobre la calle Sarmiento.
Tras el concierto de los británicos, pasaron alrededor de cincuenta minutos para el plato fuerte de la noche: cerca de las 21, se apagaron las luces del estadio, apareció un cosplayer disfrazado de conejo y de inmediato se encargó de generar entusiasmo, además de hacer bailar al público, consiguiendo así paliar el frío de la noche.
Diez minutos más tarde, los parlantes del escenario difundieron el clásico de Queen, Bohemian Rhapsody, como introducción elegida por los californianos para su irrupción sobre el escenario.
Después fue todo fervor, desde el principio hasta el final, en la hora y cincuenta minutos que duró su apabullante concierto, que incluyo una lista de veinticuatro canciones, en donde casi no faltaron temas de gran parte de su discografía, que consta de catorce álbumes en total.
Al principio, fue una catarata de hits las que brindó el trío (acompañados por dos guitarristas de apoyo y un tecladista), arrancando con American Idiot (aquella canción que nació como crítica a las políticas de George W. Bush y hoy la adaptan contra Donald Trump), Boulevard of Broken Dreams (sencillo que les valió el Grammy en la década del 2000) y Welcome to Paradise, de su exitoso disco Dookie, de 1994.
Un líder carismático
Billie Joe Amstrong se apoderó del centro del escenario, parándose una y otra vez sobre su parlante de retorno, o bien paseándose a cada rato por una pequeña pasarela que se expandía desde el escenario hasta la parte delantera donde se apostaba gran parte de la muchedumbre.
Incluso, entre esas idas y vueltas, invitó a subir a una fanática para entonar juntos Know your Enemy. Ella derramó lágrimas de emoción: una fanática de primera línea.
Otros de los grandes detalles del escenario fue la gran altura en la que decidieron poner la batería y su ejecutor que, a su vez, por momentos recibió no sólo la iluminación que giraba dentro de su eje de soporte, sino también la de los lanzallamas que se sucedieron en varios momentos del apabullante show que dejó al público presente boquiabierto en lo que duró la velada.
Además de la impresionante iluminación general, se dio un juego entre lo retro y lo moderno: de las cuatro pantallas (dos enormes en los laterales y dos pequeñas en el extremo superior del escenario) se entrelazaron colores psicodélicos fluorescentes (principalmente el rosa) con el blanco y negro o el sepia.
Amstrong habló pocas veces a lo largo de su espectáculo, aunque fue un verdadero motorcito de aliento constante ante sus simpatizantes: todo el tiempo los impulsaba a corear, a saltar, a corear e, incluso, en cierta fase de la performance, levantó una bandera de que arrojaron desde el público, la observó y exclamó, sonrisa mediante, por “¡Lio Messi!”, ya que había un dibujo del astro de fútbol estampado sobre la tela.
Entretanto, hubo cambios de guitarras y de bajos (de todas las formas y colores posibles), un apabullante poderío sonoro que por su perfecta sincronización se asimilaba al péndulo de un reloj de pared y otras tantas canciones que fueron ovacionadas por la gente.
Ese cancionero, a su vez, acompañado por lanzamientos de algún juego de artificio que estallaba en lo alto, a la altura de la luna, si es que levantaba su mirada hacia el cielo.
Fue así como se sucedieron grandes letras como Dilemma, 21 Guns (que formó parte de la película Transformers: la venganza de los caídos) o el tan coreado por los presentes, When I come around.
También hubo tiempo para homenajear al recordado Ozzy Osbourne, quien falleció el pasado 22 de julio. Fue a través de algunos acordes de Iron Man, legendaria canción que el padre del heavy metal creó en tiempos de Black Sabbath.
Por otra parte, existió otro impacto a nivel visual: justo antes de que sonara Wake me up when September Ends (sucedió cuando Billie arrancó solo desde el centro de las tablas, con todo el estadio iluminando con las luces de sus celulares), de pronto irrumpió flotando en el aire un enorme globo blanco con forma de pez y con la frase Bad Year (Mal Año) en letras negras.
Casi sin dar respiro, el final llegó junto a tres canciones altamente destacadas en la historia de la banda norteamericana: Jesus of Suburbia (de su exitoso álbum American Idiot), Bobby Sox (de Saviors, el último trabajo discográfico del grupo) y el cierre final llegó con Good Riddance (de disco Nimrod, de 1997).
Luego, de la misma manera que al principio, el vocalista mencionó una y otra vez a Argentina, planteando lo tanto que “me agrada el país y estar aquí cantando”. Además, elogió al público local “como el que mejor grita en el mundo”, después agradeció numerosas veces a quienes estaban presentes esa noche. Y, como gesto final, repartió besos junto a sus compañeros desde las tablas.
Ese acto simbólico, pero sincero, dejó encendidas a las cuarenta y ocho mil almas que se retiraron con visible alegría en su rostro, esa misma que le contagió este trío de punk rock, antes de que llegara un intenso juego de artificios que no sólo iluminó al público presente en el Palacio Tomás Adolfo Ducó, sino también a todo el barrio porteño de Parque Patricios.