Durante la pandemia, mientras el mundo entero estaba encerrado en sus casas, los carpinchos salieron a caminar. La imagen de estos roedores gigantes avanzando con paso calmo por los jardines de Nordelta se volvió viral y generó una fascinación inesperada. No eran recién llegados. Habían estado allí desde siempre, mucho antes de que las máquinas levantaran barrios privados sobre los humedales. Pero su irrupción en las calles perfectamente diseñadas de una urbanización exclusiva desató algo más profundo: una suerte de relectura simbólica de la convivencia, la propiedad y el territorio.
La escena tenía algo de fábula y de ajuste de cuentas. De pronto, el carpincho no solo ocupaba el césped, sino también la imaginación colectiva. Se multiplicaron los memes, los stickers y los peluches; se abrieron cuentas de Instagram que hablaban en nombre de los animales; se vendieron tazas, remeras y pins. El capibara, como se lo conoce fuera del Río de la Plata, pasó de ser una rareza del litoral a convertirse en ícono pop.
El carpincho
El carpincho es el roedor más grande del mundo, puede pesar más de 50 kilos y vivir en grupos familiares numerosos. A pesar de su tamaño, es un animal tranquilo, herbívoro y sociable. Necesita agua cerca para regular su temperatura y se comunica con sonidos agudos, casi como silbidos. Su vida comunitaria y su carácter sereno despertaron admiración en más de un observador internacional, especialmente cuando los contrastes con el estilo de vida de los barrios cerrados quedaban tan expuestos.
Esta tensión entre naturaleza y urbanización, entre símbolo y animal real, es la que retoma el artículo del New York Times, que se detiene en el caso de Nordelta para contar una historia más amplia: la del modo en que las ciudades modernas lidian con lo silvestre. En ese cruce, el carpincho —o capibara— se vuelve protagonista inesperado de un relato sobre ecología, diseño urbano y cultura contemporánea.
Qué dice New York Times sobre los carpinchos
«Sí, en los suburbios ricos de Buenos Aires están esterilizando a los capibaras», afirmá el diario estadounidense en un artículo titulado «Una ciudad dice que sí, que se pueden tener demasiados capibaras».
«En los dos últimos años, los biólogos estiman que la población de capibaras de Nordelta se ha triplicado hasta alcanzar casi los 1000 ejemplares, lo que supone una difícil prueba para la coexistencia urbana de los seres humanos y la fauna salvaje. Durante una visita el mes pasado, las familias de capibaras pastaban cerca de las pistas de tenis, dormitaban en las canchas de vóleibol y vadeaban en las lagunas artificiales. Justo después de una señal que advertía del cruce de capibaras, una familia cruzó la calle en fila india, iluminada por los faros que esperaban», señala el texto.
Al respecto, agrega: «Sin duda, admitió la mayoría de los residentes, los capibaras son bonitos. Pero también provocan accidentes de tráfico, se abren paso a mordiscos por los jardines y, en ocasiones, han atacado a algunos de los perros más pequeños de la comunidad«.
El artículo cuenta los pormenores del programa de vacunas anticonceptivas que se está aplicando en Nordelta y detalla cómo viven los habitantes de la zona. “Es un animal salvaje que se vino a vivir a la ciudad” dijo un vecino y su esposa le corrigió. “No, la ciudad vino a instalarse donde estaba el animal salvaje. Es al revés”.
Carpinchos fuera de su hábitat
Si bien el carpincho vive en una amplia variedad de ambientes, el Sistema de Información de Biodiversidad de Parques Nacionales detalla su hábitat preferencial es siempre en zonas cercanas al agua.
Los carpinchos viven en manadas que varían entre los 6 y los 30 individuos, aunque los grupos pueden llegar a los 60 ejemplares en caso de que haya poco alimento. Además, se mueven en áreas que varían entre las 10 y las 200 hectáreas en las que tienen sectores determinados para descansar, pastorear y bañarse.
Actualmente no hay criaderos de carpinchos en Argentina, por lo que los ejemplares que pueden conseguirse como mascotas son víctimas del tráfico y de su apropiación indebida de la naturaleza, sobre todo derivada de la caza furtiva de ejemplares adultos.
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El carpincho es un emblema en la región del Delta, una de las áreas protegidas de Santa Fe, que comparte con Entre Ríos.
Este accionar provoca un «doble daño», según detalló a La Capital el referente del refugio MundoAparte, Franco Peruggino: «Primero, porque ese ejemplar nunca se va a adaptar a hacer una vida en una casa porque necesita estar en el humedal con otros carpinchos, porque son de familias grandes y son súper sociables. Además, hay un daño al ecosistema por la pérdida de esos ejemplares ya que sacarlos la naturaleza hace que haya un desequilibrio. Cada uno de ellos cumple un rol ecosistémico importante».
«Tampoco es bueno para su alimentación. Los carpinchos requieren una mezcla de plantas acuáticas y pastizales que crecen en el humedal, y lo que le dan en una casa de familia no tiene nada que ver con eso», agregó. A ello, el referente de El Paraná No Se Toca, Pablo Cantador, contó que darle de comer cualquier cosa a los carpinchos «afecta mucho su salud y les acorta la vida».