Hubo factores climáticos concretos que, en 2007, propiciaron un Día de la Independencia histórico. Miles de porteños lo disfrutaron a pleno. Qué tiene que pasar para que vuelva a ocurrir.
Hubo varias condiciones climáticas que se dieron el 9 de julio de 2007 para que nevara en la Ciudad de Buenos Aires y una que permitió que todos los habitantes de la Capital Federal y del Gran Buenos Aires pudiesen disfrutar de ese extraño fenómeno: el feriado por el Día de la Independencia.
La nevada empezó después del mediodía porteño y se extendió hasta la noche. Por qué nevó en la Ciudad de Buenos Aires es algo que tiene una explicación científica y por qué jamás se pudo repetir es un interrogante que se abre año tras año, invierno tras invierno, cuando hay anuncio de que una ola polar afectará a CABA. ¿Nevará, entonces? La respuesta es que sí, pero en la medida que se den esos particulares efectos climáticos. El tema es que son demasiado infrecuentes como para abrigar alguna expectativa concreta.
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Por lo pronto, lo único que se debe abrigar es el cuerpo porque el frío se siente igual ante una ola polar, caiga nieve o no, como efectivamente cayó hace 17 años. En aquella mañana de feriado patrio, a más de uno el frío lo dejó metido entre las frazadas de la cama: tempranito hacía cuatro grados.
Pero eran pocos para nevar. O, al menos, para que lo que cayera del cielo en caso de alguna precipitación, y que pudiese surgir como nieve, tocara el suelo con la misma contextura. Dicho de otro modo: esos cuatro grados eran suficientes como para derretir cualquier copo de nieve. Tenía que bajar aún más la temperatura y darse algunas otras combinaciones, que finalmente se darían.
El extraño fenómeno por el que nevó en Buenos Aires: lluvia, temperatura casi bajo cero y poco viento
Sobre el mediodía, una llovizna fría parecía transformarse en nieve, aunque para los incrédulos ojos porteños era más una ilusión óptica que una realidad. Sin embargo, fue el inicio de lo que se consolidaría a las 15, cuando el termómetro marcó 2.6°C y una térmica bajo cero de -1.2°C.
De acuerdo a los especialistas en meteorología, un par de días antes se había empezado a mover desde la Patagonia al centro del país una masa de aire polar. Todo el sur estaba blanco, algo que se vio intensificado por un anticiclón que ingresó desde el Pacífico y reforzó las corrientes de aire gélido.
Este anticiclón trajo vientos húmedos del océano que se metieron de lleno en el territorio, empezando a favorecer la nevada del 9 de julio en Buenos Aires (es clave que las temperaturas estén cercanas a los cero grados tanto en la parte inferior de la nube que se forma y como en la tierra, y todo en el marco de mucha humedad y eventuales lluvias).
La mesa estaba servida para que sucediera lo impensado: nubes muy bajas sumadas a un intenso frío en la atmósfera, formaron la nieve y su precipitación. Lo que nadie imaginaba, ni siquiera ante lo inminente, era que una vez que comenzara a nevar, aquello se sostendría y se potenciaría con el paso de las horas, generando un espectáculo histórico.
Según explicó recientemente el meteorólogo de Todo Noticas Matías Bertolotti, “para que nieve, no basta con que haga frío”. Es que la ubicación geográfica de Buenos Aires, cerca del Río de la Plata, dificulta las nevadas. El río, que suele estar más cálido, especialmente después del verano, genera brisas locales que elevan la temperatura en la ciudad. Para que nieve en Buenos Aires, se necesita una entrada de aire antártico muy fuerte combinada con inestabilidad y precipitación, como ocurrió en el 2007.
Las plazas, los autos, los árboles, todo estaba cubierto de nieve. Las imágenes de lugares icónicos de la Ciudad, como el Obelisco (que fue construido en 1936, por lo que no fue testigo de la nevada de 1918) y la Plaza de Mayo, tenían copos de nieve cayendo y acumulándose. Para esto último hubo otro factor climático que influyó: casi no había viento, lo que permitió que la nieve cayera mansa y se acumulara.
Todos los que estaban en sus trabajos hicieron un alto para ser parte de un día histórico, y los que disfrutaban del feriado, se volcaron a las calles. Fue una novedad única para chicos y grandes que nunca habían visto la nieve y, no por estar más al corriente, fue menos atractivo para quienes ya la conocían de otros lados.
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Pasaron 89 años entre una nevada y la otra, las únicas dos de las que Buenos Aires tiene registro. Para que vuelva a pasar deberían darse condiciones similares. Difícil aunque, probado está, que no es imposible.