(*) Columnista invitado. El creador de la Bandera argentina no siempre estuvo en el panteón sagrado de los próceres, Por qué su gesta y persona hoy en día sigue uniendo argentinos y argentinas.
Manuel Belgrano se encuentra indiscutidamente, junto al general José de San Martín, en el panteón de los “Padres de la Patria”. Sin embargo, no siempre se lo vio así. Aquí haremos un breve repaso sobre la construcción de su figura como “prócer”. A través de dos ejemplos concretos, y en apariencia sin conexión, intentaremos comprender por qué su gesta y persona hoy en día sigue uniendo argentinos y argentinas.
Del olvido a la reivindicación
La construcción de un prócer no siempre es una tarea fácil para los países. En la mayoría de los países latinoamericanos esto resultó más sencillo ya que contaron con figuras heroicas que fortalecieron y animaron las jóvenes identidades nacionales: Bolívar, O’Higgins, Artigas, Sucre, entre otros. En la República Argentina, que luego de su independencia en 1816 contó con casi medio siglo de luchas intestinas, sólo San Martín fue tibiamente indiscutido como prócer y héroe nacional.
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Pero para el caso de Belgrano se necesitó de un rescatista: Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, que murió enfermo, pobre y olvidado un 20 de junio de 1820 en una agitada Buenos Aires, sólo comenzó a tener un reconocimiento indiscutido a partir de la obra magna de Bartolomé Mitre – Historia de Belgrano – a mediados del siglo XIX. Esta obra lo posicionó como un ejemplo a seguir en la joven república que quería dejar atrás sus guerras civiles. A partir de allí, se rescataron y revalorizaron escritos y acciones que dejó Belgrano para la posteridad. Su legado nos sigue sorprendiendo y enseñando.
Los aportes que engrandecen su imagen surgen de su experiencia de vida: en primer lugar, su estadía universitaria en Europa y su contacto con las ideas liberales revolucionarias. Luego, durante su labor centrada en lo económico y comercial como secretario del Real Consulado de Buenos Aires bajo la corona española. Y, por último, durante su rol como revolucionario durante la “Semana de Mayo” y posterior comandancia de las tropas independentistas en el litoral y norte argentinos. Si algo surge de este último período es que no fue infalible: tuvo errores y desaciertos al mando del Ejército del Norte, pero se sobrepuso a ellos. Representa la figura del héroe, aquel que deja todo por una causa más grande y valiosa. Incluso, que el valor de su propia fama y vida.
Con el comienzo del proceso de construcción del Estado nacional hacia el último cuarto del siglo XIX, y en la búsqueda de la definición de lo que era “ser argentino”, su figura fue instalándose en la liturgia patria, en las escuelas y en los edificios públicos… o en revistas infantiles como Billiken que contribuyeron al proceso. Otros “Hombres de Mayo” también fueron utilizados al comienzo de esta construcción. Por ejemplo, durante fines del siglo XIX y principios del siglo XX, se revindicaron también como próceres a Rivadavia, Saavedra o Moreno. De todas maneras, San Martín y Belgrano resistieron en el panteón compartiendo un lugar indiscutido. Sortearon las corrientes historiográficas y los vaivenes ideológicos. Estos últimos, con más emocionalidad que racionalidad, siempre buscaron – y buscan – remodelar los relatos sobre la identidad nacional amoldándolos a sus intereses.
A continuación, intentaremos comprender por qué el legado de Belgrano sigue siendo importante para los problemas de nuestro país. Es decir, cuestiones planteadas en el pasado que pueden traerse al presente.
Una mente progresista del pasado que nos sirve para el presente
Veamos un ejemplo de por qué su figura une a iguales y diferentes: si nos preguntamos qué pueden tener en común un empresario industrial de corte nacionalista y un militante del cannabis sativa, la respuesta de esa unión tal vez sea Belgrano. Para el primer caso, es porque se lo reconoce al creador de la bandera cómo el primer economista argentino.
Su obra económica, desde traducciones, hasta artículos en el Correo del Comercio (1811), son un compendio de teoría económica donde proyectaba una visión proteccionista sobre la producción local. Es decir, si bien la Revolución Industrial aún era algo reciente, Belgrano proponía agregarle valor a la base agrícola-ganadera de la producción local, protegerla y así competir con los productos extranjeros.
Por otro lado, postulaba la industrialización del cáñamo (Cannabis sativa): esta planta, además de sus usos recreacionales y medicinales, tiene muchos usos en la industria textil y de la celulosa, dos cosas que a principios del siglo XIX se importaban justamente de España. De más está decir que cuando Belgrano postuló estas ideas en la época colonial encontró una fuerte resistencia por parte de la metrópolis, que vio allí un germen de autosuficiencia y competencia con sus productos. No se equivocaron.
Por un lado, la defensa de la industria nacional y su independencia frente a las imposiciones de los mercados extranjeros. Por el otro, el uso de un recurso natural con valor agregado. Y, además, biodegradable. ¿Acaso no son debates actuales?
El legado de Belgrano no reside solo en sus aportes económicos o en la creación de la mayor insignia patria: tenía una visión humanitaria y progresista sobre el rol activo de la mujer en la sociedad y sobre las desigualdades sufridas por los pobres, que debían saldarse con políticas inclusivas y no solo con caridad.
También, otra centrada en las raíces locales americanas: Belgrano sabía que la primera sangre derramada en estas tierras fue la de los pueblos originarios y que era preciso reivindicarla. Por esta razón, frente a la Europa monárquica que se levantaba contra los pueblos revolucionarios americanos tras el derrocamiento de Napoleón – déspota para unos, revolucionario para otros-, postuló la creación de una Monarquía Inca. De esta manera, les otorgaba centralidad política a los nativos, aquella que habían perdido tras la llegada de los españoles. La propuesta, si bien recibió el apoyo de José San Martín y de Martín Miguel de Güemes – otro prócer recientemente revindicado –, no logró la adhesión total del Congreso de Tucumán de 1816.
Por último, cabe mencionar la relación entre María Remedios del Valle – una parda liberta – y Manuel Belgrano. Él la reconoció como “Madre de la Patria” por su valentía a la hora de alentar y cuidar de las tropas tras las victorias de Salta y Tucumán (1812), y las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma (1813). Aunque su reconocimiento como capitana estuvo en el olvido muchos años, recientemente se le concedió a Remedios — que había perdido a toda su familia en aquellas luchas — un lugar destacado en la memoria de la gesta emancipadora.
Mas allá de lo anecdótico de su vida, aquel reconocimiento de Belgrano nos permite retomar, en el presente, la figura de Remedios para representar una causa más general: la del sacrificio de miles de varones y mujeres —las más desplazadas— anónimos por aquellos años: gauchos, “indios”, tejedoras, cocineras, concubinas, soldados y guerreras. Pero, sobre todo, para la memoria de los afroargentinos – esclavos, libertos y nacidos en libertad-, que se vieron desplazados de la historia oficial.
Belgrano también los une, nos une.
(*) Nicolás Fernán Rey es Magister en Historia, Profesor adjunto en la Universidad del Salvador y docente de educación Media.