El discurso del presidente de la Nación ante el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp) deja en claro que ni la profunda y extendida recesión económica, ni la caída brutal del consumo por deterioro de ingresos de la población ni el incremento de despidos en la actividad privada lo van a detener en su plan de ajustar la economía a su cuestionable criterio de equilibrio cambiario y monetario, aunque para ello todavía deba imprimir mayores sacrificios a los habitantes de este país.
Lo que dejó en evidencia, a través de sus palabras en ese ámbito, es que los próximos pasos de la política económica estarán orientados a acelerar el proceso de licuación (pérdida de valor real) de los activos y pasivos en pesos, con el fin último de que desaparezca la moneda nacional y el Banco Central deje de tener sentido de su existencia y desaparezca. Podría ser que ese objetivo finalmente resulte inalcanzable, pero el costo que está pagando y pagará la economía nacional en el intento, se sentirá igualmente durante muchos años.
A poco se asumir, en diciembre de 2023, el futuro sistema monetario propuesto por Javier Milei viró de la idea de dolarización plena (reemplazo del peso por la divisa estadunidense, al estilo Ecuador) a un plan mediante el cual se le otorgaría curso legal a «una canasta de monedas», entre las que el público podría elegir para hacer sus transacciones. El peso, entre ellas, aunque el supuesto oficial es que sería gradualmente marginado y el dólar ocuparía el primer lugar en preferencias. Una vez desaparecido el peso en la práctica y con un mercado monetario plenamente «libre», habría llegado la hora de dar por terminada la vida y existencia del Banco Central.
Lo que ayer manifestó Milei fue su intención de acelerar ese proceso. Y no sólo lo manifestó sino que hay hechos que lo corroboran. En el comunicado del FMI de esta semana que informa la aprobación de la octava revisión trimestral de metas, si bien se reiteran los elogios al ajuste de los anteriores informes trimestrales, hay algunas novedades que lo diferencian de comunicados anteriores y son dignas de marcar. Ya no menciona la recomendación de mantener tasas de interés positivas (más altas que la inflación mensual) ni reclama un tipo de cambio «competitivo». Sí, en cambio, hace mención a la «canasta de monedas» buscada como objetivo por el gobierno.
Este martes, inmediatamente después de conocida la inflación de abril, del 8,8 por ciento, el Banco Central bajó fuertemente la tasa de interés de referencia del mercado, al 40 por ciento anual (3,3 por ciento mensual nominal). Un día después, los bancos acomodaron la tasa de rendimiento mensual ofrecida por depósitos a plazo fijo, ubicándola entre 2,8 y 3,2 por ciento mensual. La pérdida en términos reales (frente a la inflación) será tremenda, por más que la inflación mensual siguiera bajando. La «licuadora» de activos en pesos se elevó a su velocidad máxima.
Por otra parte, este jueves viene con una novedad financiera más: el Tesoro Nacional lanza una colocación de letras de capitalización, las Lecap, a 15 días ofreciendo tasas que están por encima de la de referencia. Buscará así atraer las colocaciones financieras en pases pasivos que las entidades tienen puestas en el Banco Central a una tasa menor. Es decir, que se desendeuda al Banco Central para endeudar al Tesoro, a una tasa mayor. No es una transferencia de fondos del BCRA al Tesoro, que es pecado en la religión monetarista, pero se busca y se logra el mismo resultado por otras vías.
Este 16 de mayo puede pasar a la historia como el día del boom de la deuda pública, con el resurgimiento de las Lecap, que si entran en una escalada en su renovación cada 15 días nos harán recordar a las Lebac. ¿Se volverá a hablar de «la bomba» a punto de estallar? La licuación de pasivos puede volver a ser el remedio.
Pero la carta clave en manos de Milei, en su partida de naipes imaginaria, es el levantamiento del cepo, es decir de as restricciones cambiarias. Porque si no abre esa puerta, no hay forma de creer que esa «canasta de monedas» se llene de divisas para que se pueda operar con ellas. El Banco Central, ahora ya se sabe, no las aportará. No tiene reservas, aumentó su deuda en dólares, no consiguió los préstamos líquidos que Luis Caputo prometió y encima las liquidaciones de exportaciones de la cosecha gruesa se siguen haciendo desear.
¿Y entonces, cómo se abre el cepo? Con los ingresos de inversiones extranjeras que provocará la sanción de la Ley Bases, o los dólares que lleguen con el Blanqueo incluido en el mismo paquete que trata el Congreso, dice el gobierno. ¿Se podrá? Lo ratificó Milei en el Cicyp al describir un círculo virtuoso entre las leyes, el nuevo esquema monetario y el repunte de la actividad económica.
Por eso quiere acelerar la licuación, las leyes en el Congreso, el cepo y el cambio en todo el sistema monetario. También, la desaparición del Banco Central y el peso moneda nacional. Porque esa es su respuesta a la crisis. Siente que el FMI lo acompaña en la aventura pero sabe, a la vez, y aunque no lo diga, que no le queda mucho tiempo. Si siguen creciendo las protestas y la organización de los sectores afectados para dar respuesta, los plazos se acortan. Entonces, acelera, con todos los riesgos que ello implica. Para él, pero también para quienes se encuentre en el camino.