Revancha. La palabra rebota desde hace más de nueve meses en la cabeza de Celeste Alaniz. Esa combinación de ocho letras se ha convertido en este tiempo en el combustible que motorizó su paciente y tenaz trabajo a la espera de ese momento. La hora del desquite llegará este sábado, cuando enfrentará a la estadounidense Marlen Esparza en el Save Mart Center de Fresno, en California (transmitirá TyC Sports desde las 22.30). Allí se pondrán en juego los títulos de peso mosca de la Asociación Mundial de Boxeo, el Consejo Mundial de Boxeo y la Organización Mundial de Boxeo. O, como ella remarca una y otra vez, aquello que le pertenece.
Chucky no recurre a eufemismos o circunloquios para definir lo que sucedió el 8 de julio del año pasado en la primera contienda ante Esparza en San Antonio: “Fue un robo, sin dudas”. Esa noche, la pugilista del Barrio Rivadavia de Merlo, quien entonces era campeona de las 112 libras de la OMB, enfrentó en un duelo de unificación a la estadounidense de familia mexicana, quien era propietaria de los cinturones de la AMB y el CMB.
Con un boxeo agresivo, veloz e intenso, la argentina fue, a ojos de la mayoría de los especialistas, superior en el balance de los 10 asaltos. Sin embargo, los tres jueces estadounidenses hicieron una evaluación distinta: dos de ellos, Javier Álvarez (99-91) y Esther López (97-93), le otorgaron la victoria a la local y la restante, Lisa Giampa, sentenció empate (95-95). Los silbidos del público, tan texano como Esparza, cuando se leyó el resultado fueron elocuentes.
“Mientras estaba esperando el fallo, estaba segura de que me iban a levantar el brazo. Cuando escuché el nombre de ella, se me vino todo abajo. Pensé: ‘No puede ser, no me puede estar pasando esto’. Se escuchó el abucheo del público y eso terminó de convencerme de que había hecho las cosas bien. Cuando bajé del ring, la gente se acercaba, me saludaba, me pedía fotos, me decía que la pelea había sido un robo. Eso me dejó más tranquila, a pesar de la bronca que tenía”, recuerda Alaniz.
La parsimonia con la que hoy reconstruye aquella jornada contrasta con la pesadumbre de las horas posteriores a esa derrota que puso fin a su invicto de 14 combates profesionales. “Los primeros días, todo el tiempo tenía en la cabeza lo que había pasado. Si bien yo había ido con la idea de que podía suceder, me preguntaba por qué. Después me fui tranquilizando, lo único que deseaba era que me dieran la revancha. Yo soy muy positiva, pero al principio pensé que no se iba a dar por cómo se manejan estas cosas”, admite.
La posibilidad del desquite empezó a tejerse la misma noche de esa dolorosa caída a partir del trabajo de Georgina Rivero, promotora de Alaniz. “Celeste se cambió, nos fuimos a comer una pizza y mientras todos comían, yo me puse los anteojos y empecé. Les escribí a los tres Comités de Campeonatos Mundiales (de la AMB, el CMB y la OMB), les conté lo que había sucedido y pedí una revisión del fallo y una revancha inmediata. Yo ya había hablado con los fiscales de las tres entidades y me habían sugerido que hiciera el reclamo. Yo no puedo enterarme de lo que ellos dijeron después, pero entiendo que avalaron el pedido”, explica Rivero.
La gestión, como un folletín, se fue resolviendo en capítulos. El 4 de agosto, luego de la evaluación de un panel de jueces independientes convocados ad hoc, la OMB ordenó la revancha directa en un plazo no mayor a 90 días, algo sumamente infrecuente en situaciones como esta. Pero primero Golden Boy Promotions, la empresa que maneja los intereses de Esparza, intentó eludir el desquite y luego procuró pactar una unificación con la estadounidense Gabriela Fundora, campeona de la Federación Internacional de Boxeo. Esas negociaciones se dilataron sin que existiera acuerdo hasta que en diciembre los organismos, por iniciativa del equipo de Alaniz, intimaron a los manejadores de Esparza a acordar la revancha entre su boxeadora y la argentina.
La primera fecha acordada para el desquite era el 16 de marzo y la sede, el Hotel Cosmopolitan de Las Vegas. Sin embargo, problemas en la gestión para la obtención de la visa de la argentina truncaron esa posibilidad y estiraron seis semanas más la espera, que finalmente llegará a su fin este sábado. En el medio, fue necesario modificar la planificación de su rutina de entrenamientos y retomar las sesiones de sparring.
“Supimos aprovechar ese tiempo extra que tuvimos. Obviamente yo tenía muchas ganas de pelear, pero seguí enfocada y apuntando al gran objetivo, que era llegar a la pelea al 100 por ciento”, cuenta la retadora, quien reconoce que el día en que se enteró de la cancelación del pleito, se sintió “mal, bajoneada”. “Pero al día siguiente volví a entrenarme como si nada porque tengo muy claro lo que quiero y nada me iba a afectar. Lo supe manejar con mucha tranquilidad”, explica.
A pesar de la larga espera, llegar a este desquite es evaluado como un triunfo por todo el equipo de Chucky. “Es una satisfacción y un orgullo haber conseguido esto para Celeste. Las organizaciones cumplieron en hacer la revisión y darnos la revancha, ahora nos toca a nosotros demostrar que la revancha estuvo bien dada”, razona Rivero, quien en octubre fue reconocida por la OMB como la promotora latina del año. Alaniz recoge el guante y destaca la labor de su promotora: “Georgina se ocupó de esto todo el tiempo y gracias a eso tenemos esta chance. Cada una hizo lo suyo: yo, arriba del ring, ganando la pelea; y ella, abajo, dándole para que me otorgaran la revancha”.
La mujer que conduce los destinos de OR Promotions (la empresa fundada por Osvaldo Rivero, su padre, en 1988) es una de las piezas que integran la base sobre la cual se afirma el trabajo de la boxeadora merlense. Esa estructura, que también incluye una nutricionista y una psicóloga (“ella me ayudó a llevar estos meses con tranquilidad y paciencia, con los pies sobre la Tierra”, asegura la excampeona), tiene dos pilares fundamentales, hijo y padre: Leandro Ledesma, su entrenador, y Julio César Ledesma, el guía de su carrera. “Gracias a ellos llegué adonde estoy”, elogia a los dos hombres que la acompañan desde que pisó por primera vez un gimnasio hace 12 años.
Por aquel entonces, Alaniz tenía 15 años y, a diferencia de muchas boxeadoras, ya portaba, antes de calzarse un guante siquiera una vez, el apodo que todavía la acompaña y que alude al muñeco de la saga de películas de terror Child’s Play cuyo cuerpo es invadido por el alma del asesino serial Charles Lee Ray. “Mi mamá me puso Chucky cuando era bebé porque era terrible. Cuando empecé a gatear, ya empecé a hacer macanas. Y desde entonces me quedó”, explica.
La indocilidad de aquella bebé fue escalando hasta alcanzar su cumbre durante la adolescencia de Celeste, cuando Leonardo, su padre, le presentó el deporte como vía para canalizar sus bríos: “Yo era muy provocadora, me peleaba en la calle y en la escuela, y hacía sufrir a mi mamá, que era la que vivía renegando porque todos iban a hablarle con quejas. Un día, mi papá me sentó y me preguntó: ‘Ya que te gusta pelear, ¿te gustaría empezar boxeo?’”.
Chucky aceptó sin saber muy bien de qué se trataba ese universo en el que estaba a punto de introducirse y a pesar del temor de María Angélica, su madre. “Cuando entré al gimnasio, miré las bolsas, me puse los guantes y enseguida me enamoré del boxeo. En ese momento nació este sueño. Y además mi papá no se equivocó porque nunca volví a pelearme en la calle o en el colegio”, resalta.
Cuando Alaniz empezó a boxear, ya era madre de Jazmín, que hoy tiene 12 años y la acompañó durante casi toda su carrera. Con el apoyo de su familia, la maternidad, lejos de ser un obstáculo, se convirtió en un estímulo. “Yo soñaba con ser campeona mundial y también pensaba que con el boxeo podía cambiar mi vida y la de mi hija. Y eso es lo que estoy logrando”, sostiene la exmonarca de la OMB. Y revela que en sus primeros combates evitaba llevar a Jazmín con ella por temor a que su llanto la desenfocara.
– ¿Cuánto te diste cuenta de que el boxeo era algo más que un pasatiempo?
– El día en que hice mi primera pelea, supe que el boxeo era lo mío. Era una prueba de fuego para saber cómo me iba a sentir y me encantó. Bajé del ring muy contenta y nunca más quise parar. Desde entonces, nunca dudé de lo que había elegido, más allá de las dificultades.
Después de un vistoso recorrido como amateur, Alaniz era observada como una esperanza para el pugilismo argentino cuando debutó como rentada en el estadio de la Federación Argentina de Boxeo en mayo de 2018 (superó a María Elizabeth Sánchez). En febrero de 2020, en su séptima contienda profesional, ganó el título nacional mosca noqueando a Anyelen Espinosa en Lanús. Tras esa victoria, las principales promotoras del país intentaron sumarla a sus filas. Ya en tándem con OR Promotions, alcanzó el campeonato mundial de la OMB en junio de 2022 con otra definición categórica ante Tamara Demarco en Merlo. “Mirando hacia atrás, veo todo lo que logré y no puedo creer hasta dónde estoy llegando”, reconoce.
Estar llegando. El uso de la perífrasis de gerundio no es casual. Chucky piensa su discurrir en el deporte como un camino que está transitando con firmeza, pero al que todavía le restan varias estaciones. Una de las que proyecta es ser campeona en una división superior. “Pero tengo que ir paso a paso y día a día -advierte-. Ahora tengo en la cabeza recuperar lo que es mío. Esta revancha era lo que más esperaba, lo único que tenía en la cabeza”.
Para recuperar eso que siente propio deberá batir a Esparza, de 34 años, que ganó 14 de sus 15 contiendas profesionales (solo fue vencida en 2019 por la invicta Seniesa Estrada, hoy campeona indiscutida de la categoría mínimo), y que antes de incursionar en el boxeo de paga había sido la primera pugilista estadounidense en conseguir la clasificación para unos Juegos Olímpicos, había ganado una medalla de bronce en Londres 2012, había sido campeona amateur en el Mundial de Jeju 2014 y había sido la primera mujer en firmar contrato con Golden Boy Promotions (en diciembre de 2016, cuatro meses antes de debutar como rentada).
Los antecedentes de la peleadora nacida en Houston e hija de padres mexicanos no intimidan a Alaniz, quien no quedó deslumbrada después de combatir 10 asaltos con Esparza. “Fue una pelea más fácil que lo que esperaba por lo que había visto, por lo que me habían dicho y por cómo se hablaba de ella. Me resultó fácil pegarle. Ahora quizás deba buscar otras cosas, no solo pegarle, sino cuidarme un poquito más”, evalúa.
– ¿Cómo se hace para minimizar el riesgo de que se repita un fallo como el de la primera pelea?
– No sé qué pasará, todo se verá sobre el ring, pero no creo que quieran equivocarse de nuevo como la primera vez porque esto tuvo mucha repercusión. Espero que esta vez sean más coherentes. Yo también tengo cosas por mejorar y voy a hacer todo para que las cosas sean más claras que esa noche. Además, está en los planes que aparezca la mano de nocaut. Ella ya me sintió la mano y yo ya sé que ella no pega nada, aunque boxea y tiene otros recursos.
Una victoria ante Esparza no solo significaría un espaldarazo enorme para la carrera de la argentina y una puerta para nuevas y redituables oportunidades en Estados Unidos, sino que además le daría al boxeo femenino nacional una alegría en tiempos en que los motivos de celebración son menos que antaño. El país consagró a 35 campeonas en las últimas dos décadas, pero hoy solo cuenta con dos: la porteña Clara Lescurat (supermosca de la AMB) y la villagalvense Evelin Bermúdez (minimosca de la OMB y la FIB).
«Quiero recuperar lo que me sacaron. Sé que no estoy sola, tengo mucha gente atrás que va a subir conmigo a buscar esos cinturones. Es por mí, es por lo que me hicieron en la primera pelea y es por toda esa gente», enfatiza Alaniz, para quien estos nueve meses de vaivenes estuvieron marcados por esa palabra que el sábado mutará en hecho: revancha.